Mi viaje a Tihosuco

Hoy que es hoy, el espíritu de Tihosuco vive dentro de mi…

Desayuno huevo con chaya y pitahayas con los descendientes del cacicazgo de Conhuah, que me reciben como parte de su familia. Hablamos de la guerra, del convento convertido en panteón, de la cosecha, de Jacinto Pat y de la cruz que protege el cenote que, según la leyenda, guarda su tesoro.

Con el corazón contento recorro las calles del pueblo tranquilo y luminoso hasta llegar al museo. La casona que algún día fue testigo de las andanzas de Jacinto Pat escucha conmigo la voz grave y serena de Carlos Chan, que nos cuenta las vicisitudes de los mayas, las traiciones, los excesos y las tropelías de los conquistadores, como marco para referirse con ojos radiantes a las hazañas de los jefes indígenas que condujeron la guerra de castas que vive en las leyendas de la zona.

Entre los jardines del museo imagino la representación teatral que conmemora las proezas que llenan de orgullo a los jóvenes y a los viejos que habitan la zona. Escucho las sonajas, las trompetas de caracol, los calabazos, los caparazones de las tortutas y las flautas de barro y caña.

Convoco a mi espíritu rebelde golpeando el tunkul que resuena en mi cabeza y quiero aprender a hilar algodón escuchando las historias cotidianas de la paciente maestra que demuestra cómo se sacan las semillas de la fibra, cómo se extiende la nube de borra, cómo se va enredando en si misma dando vueltas al palito de madera que coloca entre sus dedos para girarlo con ritmo y precisión.

No me despido, me quedo y regreso cada vez que mi en memoria resuena el espíritu de Tihosuco, que vive dentro de mí.

La magia y la sinfonía de sabores de Tihosuco me sedujo hasta el olvido y la cámara se quedó guardada en el fondo de mi mochila. Por suerte existe el Creative Commons y pude tomar prestada la foto de Guillermo Isaac Huesca Solis  (CC BY-SA) para la portada de esta entrada.