Hoy que es hoy, la exuberancia de Palenque vive dentro de mí.
Entro silenciosa al antiguo lugar sagrado, observada de lejos por la mirada profunda de los pobladores que han compartido por siglos esta selva vertiginosa.
Soy parte de este verde y húmedo hogar en que cohabitan cientos de aves, monos, jaguares, tortugas, venados y animales de ojos curiosos, que personifican a los espíritus y deidades que rondan el entorno sensual que me rodea.
La majestuosa arquitectura del sitio, devorada de pronto por la voraz vegetación, hace apenas tangibles los ritos, rituales y creencias que quedaron plasmados en la historiadel Gran Palacio y el Templo de La Cruz Foliada. Escucho el canto de las cascadas y el rugido de los árboles que se cimbran, que se comen, que renacen y se enredan con los años que aquí no pasan, sino se quedan.
Subo las escalinatas del Templo de las Inscripciones, por las que pasearon algún día los sacerdotes y gobernantes que construyeron alianzas con la vida de todas las vidas, con el tiempo de todos los tiempos, con el espíritu de la naturaleza y de todas las naturalezas.
Vibro imaginando la sorpresa deAlberto Ruz cuando descubrió la célebre tumba del rey Pakal que se esconde bajo mis pasos. Recuerdo la lápida labrada y la osamenta cubierta de cinabrio y la máscara de jade y el asombro y los collares y los brazaletes.
Un artesano que juega cartas y vende aretes zoomorfos de piel pintada, me platica sobre el mito de la creación y los gemelos Hunahpú y Xbalanqué, quienes desafiaron a los dioses de Xibalbá. Imaginamos juntos la algarabía y la magia que habrán vivido esas mismas piedras que se presentan atemporales frente a nuestros ojos.
Para ir a los rincones más profundos de Palenque y explorar los secretos de los templos menos visitados y los arroyos que riegan la selva, he pensado quedarme por más de un día en estos lares y regalarme un momento para asomarme a la flexibilidad de los arcos y las flechas de los lacandones, que recorren los caminos sin detenerse a pensar que esto que a veces se siente se llama lapso, y eso que siempre se intuye se llama vida.