Hoy que es hoy, la herencia de Yaxchilán vive dentro de mí…
El viento me despeina, el sol acaricia mi piel, la brisa se siente fresca y la lancha se desliza por el Usumacinta. Un cocodrilo allá, un mono araña, un tucán que cruza al otro lado sin percatarse, tal vez, que a la derecha el mundo se llama Guatemala y a la izquierda México.
Nos enfilamos hacia el embarcadero viendo asomarse una pared de piedra a través de la selva. Me bajo de la lancha expectante, con ganas de correr. Primero toca la pequeña acrópolis. La subida empinada acrecienta mi deseo de llegar. Ahí está, se asoma apenas. Va creciendo con cada escalón que subo. Se ven los arcos, las escalinatas, la explanada. Salto de gusto.
Es evidente que me muevo sobre un templo antiguo que guarda secretos que ponen en evidencia siglos de esplendor y siglos de abandono. Me asomo bajo el arco de piedra para observar la réplica del dintel del cambio de estafeta de Pájaro Jaguar.
El viejo rey de nariz gruesa entrega el cetro a su hijo, máspequeño en estatura, más grande en fuerza, más candoroso, menos sabio en conocimiento y menos consciente tal vez. Muerto el rey, viva el rey, diríamos ahora. ¿Qué dirían entonces los antiguos pobladores de Yaxchilán, aliados de los de Bonampak, contrapuestos con los de Palenque, Piedras Negras y Tikal.
Subimos, bajamos, nos asomamos, nos asombramos. Andamos por los caminos saturados de vida y muerte, de hojas caídas y bromelias desperdigadas, de hongos furtivos y follajes exuberantes.
La crestería del templo 33 surge desde siempre, abriendo la gloria de un cielo azul que le sirve de lienzo. Mis piernas se acostumbran a cruzarse al subir de lado para que cada pie quepa en uno de los estrechos escalones que conducen a la cima. Ahí me instalo y me quedo. Casi es hora de cerrar y como replicando la llamada a regresar a casa, comienza a caer un aguacero que huele a selva. Dentro del camino el agua no traspasa la densidad del techo verde que nos protege, solo logra escurrir por los gruesos trocos que lo sostienen.
Es un alivio saber que una cabaña de madera y una buena cena me esperan. Mañana seguro regreso para adentrarme de nuevo en la herencia de Yaxchilán que hoy vive dentro de mí.
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