Frente a la pequeña parroquia de la Asunción me mezclo con los danzantes que han llegado a festejar la vida en el centro de Amecameca, la salud, la tradición, la esperanza. Pido permiso para llegar y para seguir. Los cuatro vientos se convocan alrededor del fuego. Huele a incienso y a leyenda que transforma los caminos antiguos en caminos nuevos. Cada pie enconchado y enguarachado que zapatea sobre la tierra provoca un eco rítmico que me seduce y me contenta.
La iglesia está llena. Se celebra una misa que agradece la devoción de los jóvenes que comulgan juntos por primera vez. Un grupo de chicos vestidos de moros juegan a encontrarse en la esquina que lleva al mercado. Las rosas compro frutas y verduras que saben a monte. Como tlacoyos y barbacoa de chivo recién preparada por horas y horas en un agujero de tierra que fue construido para darle tersura a las pencas de maguey y sabor a la carne que se deshace de buena. Escucho la música que no se detiene.
Las nubes despejan el cielo y Don Goyo, el gran volcán, surge majestuoso en la distancia; parece que se acerca a saludar al pueblo que vibra sobre sus faldas. Soy parte de ese pueblo que canta y reza, que agradece y reivindica las costumbres de entonces y las ilusiones de ahora ondeando estandartes mestizos que acarician al viento.
He decidido quedarme otro día para encontrar más leyendas que llenen mis recuerdos de magia y mis manos de anhelo y mis oídos de melodías.