Mi viaje a Nahá

Hoy que es hoy, el brillo de Nahá vive dentro de mí…

La selva Lacandona llena mis pies de pasos y mis manos de vida y mi rostro de asombros. Voy camino a la laguna sobre el pantano, siguiendo la energía impetuosa de mi guía, que señala en silencio una orquídea susurrante, una parvada de tucanes, un fruto prohibido, un manojo de bejucos que se abrazan, una colonia de monos que nos miran de lejos.

De pronto la cortina de verdes se abre para enseñarme el cuerpo de agua que brilla de contento. Subo en el cayuco de madera que me transporta cortando el agua sin prisa y mi alma sonríe, arrullada por el vaivén del viento, animada por la resonancia del remo que entra y sale del agua fresca que acaricia mi piel. Acaricio el lago y la vida que contiene.

Regreso plena, oliendo a savia, gozando de la penetrante sensualidad de la jungla que ha quedado en mi memoria para siempre. Construyo un arco y una flecha absorbiendo la sabiduría de los maestros lacandones, que son parte de la inmortalidad de la existencia, de la conquista constante de lo salvaje, de la salvaguarda del espíritu de la tierra. Mis músculos se tensan. Apunto. El objetivo se verifica cuando se cumple.

Es de noche. Voy por el sendero buscando la sabiduría de los búhos que me enseñan con su ejemplo que comenzar el día estirando mi cuerpo y acariciando mi entorno es buena rutina, que tener los ojos bien abiertos me permite observar los detalles que me nutren, que echar lo que no sirve para afuera es vital para la salud, que con paciencia se encuentran las cosas que valen la pena.

Me tumbo sobre la cama impecable, preparada para apapacharme junto con cada uno de los detalles expuestos con ingenio en la deliciosa cabaña que va a ser mi hogar estos días, y a compartir la experiencia de la naturaleza, los mitos y las leyendas que me regala Nahá y decido quedarme otro y otro día para seguir descubriendo que hoy es hoy, que somos parte de todo y que todo está aquí.

La coquetería de la selva me sedujo hasta el olvido, así que no es sorprendente que olvidara la cámara en algún lugar irrelevante y no tengo fotos de esta aventura. Por suerte Ivetamota compartió en Creative Commons la bonita foto que uso como portada  (CC BY-SA).