Palabras y silencios

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Las palabras tienen poder y potencial para crear el futuro y lo que nos cabe esperar de él.

Cuando escuchamos, también construimos una historia acerca del futuro…

Me quedo pensando en que el silencio también habla cuando sin parlotear se escucha, cuando sin sonar se actúa de una u otra manera.

Hay silencios indiferentes que responden a gritos: no te escuché, no me importa tu dolor, ni tu risa, ni tu petición, ni tu persona.

Hay silencios desinteresados que no perciben el canto de las aves, ni el crecer de las flores, ni los pasos que se acercan, ni los que se alejan.

Hay también silencios amorosos que acarician el alma y susurran sin palabras: te he puesto atención, comprendí tu llamado y vine, te traje un libro para ampliar tus dudas, una cobija para calmar tu frío, una tasa de té para llenar tu insomnio, una silla para descansar tus piernas, una poción para acariciar tus manos. Los humanos somos de palabras y aún cuando callamos, conversamos…

¡Gracias por venir!

Si te gusta lo que escribo, te recomiendo que le eches un ojo a mis libros.

Mi viaje a Puebla

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Hoy que es hoy, la historia de Puebla vive dentro de mí…

En cada pared, en cada torre, en cada balcón y en cada esquina, siento que el barroco poblano va llenando mi respiración. Con los ojos bien abiertos deduzco que la mente se expande cada vez que intuye al todo, se contrae cuando se topa con los pequeños detalles y encuentra el equilibrio paseando constantemente de aquí para allá.

Me encuentro en la Ciudad de los Ángeles, que según la leyenda está custodiada por los espíritus celestes desde que ellos mismos subieron la campana de ocho kilos a las encumbradas torres la catedral, y según mis ojos está rodeada por los cinco los volcanes que han sido guardianes de sus tesoros desde tiempos prehispánicos; el Popocatépetl, el Iztlaccíhuatl, el Malintzin, el Cuexcomate y el Chitlatépetl brillan a mi alrededor.

Paso a paso soy testigo de la historia antigua y contemporánea recorriendo la biblioteca Palafoxiana, el Museo Alfeñique, el Palacio Municipal, la Casa de las Muñecas y el Museo Amparo. Subo a la terraza a beber un té verde entre maderas, azulejos y plantaciones que enmarcan un mosaico de torres y cúpulas que terminan en los verdes del dosel de los árboles del parque.

La calle me llama de nuevo. Me detengo en un puesto de molotes y disfruto el sentido que surge de las manos de la chica que los prepara con esmero, como si cada bolita de masa fuera un tesoro.  Me cito con amigos para beber un mezcal y a hablar de los días en que quiero regresar a Puebla a disfrutar un mole, una fiesta y una historia nueva.

PS

En algún lugar de mi computadora tengo unas fotos preciosas de este viaje, pero mi cabeza desordenada no encuentra el recuerdo de su ubicación exacta. Mientras tanto aprovecho las delicias del libre acceso y comparto el trabajo de Luis Gómez (Gomezsluis/ CC BY-SA).

Mi viaje a Kantemó

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Hoy que es hoy, la sensualidad de Kantemó vive dentro de mí…

Se está poniendo el sol cuando llego a la estación en que nos saludamos alegremente y nos preparamos para subir a la cueva. Ajusto el asiento de la bicicleta, la lámpara pegada al casco y las correas de la mochila, cruzo la carretera y entro al sendero que corta la selva quintanarroense y que huele a savia y suena al compás del pedaleo.

Mis piernas se tonifican en cada pendiente y se relajan en cada declive. La penumbra va llenando el entorno de incógnitas, y la bóveda rocosa que sirve de entrada a la caverna me invita a imaginar el mundo subterráneo que la contiene. Es preciso ponerme el tapabocas y los guantes para proteger mis intentos, cada minuto salen más y más murciélagos volando en círculos sobre nuestras cabezas y desaparecen entre los árboles que se han convertido en sombras erguidas y misteriosas. Penetro en la cueva detrás de mi guía.

Las estalactitas y estalagmitas producidas por el agua que se filtra despacio a través de las ligeras fisuras de las rocas me recuerdan que el arte de construir el entorno que me rodea ha tomado el tiempo necesario, que el transcurso de la creación es un vaivén permanente. Me arrastro por una rendija para llegar a la próxima cámara, en que las mamás murciélago, colgadas del techo, amamantan a sus pequeños críos hasta que sus alas están listas para emprender el vuelo.

En silencio, inmóviles y atentos, esperamos que las serpientes se asomen por los recovecos de las rocas y cuelguen sus largos cuerpos sigilosos para esperar a un murciélago despistado que les sirva de cena. Cada especie tiene una función y un apetito, cada instante un sentido y un motivo. A media noche, después de reconocer a las anguilas y camarones ciegos que nadan en las transparentes aguas de la caverna, regreso a la comunidad a comer salbutes preparados al calor del carbón y duermo tranquila arrullada por la noche.

La cámara no fue invitada a esta aventura por Kantemó, así que tomé prestada esta foto de StockSnap, que encontré en Pixabay.

Mi viaje a Durango

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Hoy que es hoy, la cordialidad de Durango vive dentro de mí…

Está amaneciendo frente al parque Guadiana, un pedacito de bosque en pleno centro de la ciudad de Durango. Entro por los senderos muy despacio, siguiendo los pasos de mi guía que conoce cada rincón del lugar, que reconoce el sonido de la voz de cada ave, el árbol que le alimenta, el entorno en el que anida. Nos detenemos en un rincón para observar atentas el parpadeo de unas alas …

Desde el teleférico miro de lejos el parque, las cúpulas de las iglesias, la estructura ordenada de la ciudad, y Wallaneders, el restaurante de lunches de carnes frías y quesos al que me apresuro a llegar apenas bajo. Cierro los ojos con cada bocado y todavía puedo ver el patio de piedra y la mesa de hierro forjado y el árbol que me da sombra y comprendo que es el todo, y no una parte, lo que deleita mis sentidos y me conforta cada día que no es como cualquiera.

De una experiencia religiosa a la próxima, me encuentro frente a la catedral. Entro en silencio, escucho la misa cantada que vincula a los fieles con su espíritu, con su creencia, con su historia. Escucho la pared que se abrió de pronto dejando salir al diablo para darle un susto a un que pensó que lo merecía.

El fresco de la tarde me acompaña a explorar las construcciones sólidas que se asientan sobre la ciudad. En museo de Zapata me retrato junto a un cañoncito que vive en el patio de atrás y salgo a tomar el pequeño camión que me lleva hasta el centro de convenciones. Vivo en los jardines, en los murales, en los pasillos que han estado ahí por más años de los que yo puedo acordarme y decido quedarme para amanecer de nuevo junto al parque.

Las fotos de esta aventura están perdidas en una carpeta que vive en lo más profundo de mi compu, así que aproveché la magia del Creative Commons y tomé prestada una foto de Microstar (CC BY-SA)

Mi viaje a Tihosuco

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Hoy que es hoy, el espíritu de Tihosuco vive dentro de mi…

Desayuno huevo con chaya y pitahayas con los descendientes del cacicazgo de Conhuah, que me reciben como parte de su familia. Hablamos de la guerra, del convento convertido en panteón, de la cosecha, de Jacinto Pat y de la cruz que protege el cenote que, según la leyenda, guarda su tesoro.

Con el corazón contento recorro las calles del pueblo tranquilo y luminoso hasta llegar al museo. La casona que algún día fue testigo de las andanzas de Jacinto Pat escucha conmigo la voz grave y serena de Carlos Chan, que nos cuenta las vicisitudes de los mayas, las traiciones, los excesos y las tropelías de los conquistadores, como marco para referirse con ojos radiantes a las hazañas de los jefes indígenas que condujeron la guerra de castas que vive en las leyendas de la zona.

Entre los jardines del museo imagino la representación teatral que conmemora las proezas que llenan de orgullo a los jóvenes y a los viejos que habitan la zona. Escucho las sonajas, las trompetas de caracol, los calabazos, los caparazones de las tortutas y las flautas de barro y caña.

Convoco a mi espíritu rebelde golpeando el tunkul que resuena en mi cabeza y quiero aprender a hilar algodón escuchando las historias cotidianas de la paciente maestra que demuestra cómo se sacan las semillas de la fibra, cómo se extiende la nube de borra, cómo se va enredando en si misma dando vueltas al palito de madera que coloca entre sus dedos para girarlo con ritmo y precisión.

No me despido, me quedo y regreso cada vez que mi en memoria resuena el espíritu de Tihosuco, que vive dentro de mí.

La magia y la sinfonía de sabores de Tihosuco me sedujo hasta el olvido y la cámara se quedó guardada en el fondo de mi mochila. Por suerte existe el Creative Commons y pude tomar prestada la foto de Guillermo Isaac Huesca Solis  (CC BY-SA) para la portada de esta entrada.

Mi viaje a San Luis Potosí

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Hoy que es hoy, el corazón de San Luis vive dentro de mí…

Me pierdo paseando entre los jardines, los muros de cantera rosa, las mansiones, las iglesias y el recuerdo de los yacimientos de oro y plata, que invitaron a los abuelos a instalarse en San Luis Potosí. La Catedral barroca brilla y me refleja. Entro despacio y me inclino frente al ciprés de mampostería del altar principal. Me deslumbro de nuevo al salir a un día de fiesta.

En la plaza San Francisco la geometría de la arquitectura, las curvas de las montañas sobre el cielo azul y el arrebato del semidesierto me convencen de que aquí el hombre y la especie, el pensamiento y el arte, lo masculino y lo femenino están hechos de lo mismo.

El aroma de la chocolatería Constanzo hace que mis ojos se cierren y se detengan mis pies. Se que mi familia va a estar esperando el festín cuando regrese y hago mi pedido para regresar por él más tarde.

No tardo en llegar al museo nacional de la máscara, donde un México mestizo de todos los mestizajes busca explicarse en los gestos de ángeles y demonios, de santos y guerreros, de criaturas fantásticas, zoomorfas y humanoides. El legado de los pueblos americanos, africanos, asiáticos, australianos y europeos, que se plasmaron en los rostros de madera, de piel, de palma, de metal, de cerámica o de yeso, me recuerdan que tenemos herencias de todas las regiones de la tierra.

El sol se pone sobre mi cabeza y me avisa que es hora de merendar zacahuil en aquel lugarcito de la esquina que amplifica mis ganas de ser. Voy a quedarme otro día para para disfrutar de la vida paseando entre los jardines, los muros de cantera rosa, las mansiones, las iglesias y las máscaras que uso para conservar mi unidad en el camino.

Los misterios potosinos que llenaron de sabor esta aventura ocuparon mi mente casi totalmente, así que la cámara fue tristemente olvidada en lo más profundo de mi mochila. Por suerte, otros viajeros han inmortalizado la belleza de San Luis y hoy (que es hoy) pude tomar prestada la foto de SAHER (CC BY-SA) para la foto de portada de esta entrada de mi blog.

Mi viaje a Nahá

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Hoy que es hoy, el brillo de Nahá vive dentro de mí…

La selva Lacandona llena mis pies de pasos y mis manos de vida y mi rostro de asombros. Voy camino a la laguna sobre el pantano, siguiendo la energía impetuosa de mi guía, que señala en silencio una orquídea susurrante, una parvada de tucanes, un fruto prohibido, un manojo de bejucos que se abrazan, una colonia de monos que nos miran de lejos.

De pronto la cortina de verdes se abre para enseñarme el cuerpo de agua que brilla de contento. Subo en el cayuco de madera que me transporta cortando el agua sin prisa y mi alma sonríe, arrullada por el vaivén del viento, animada por la resonancia del remo que entra y sale del agua fresca que acaricia mi piel. Acaricio el lago y la vida que contiene.

Regreso plena, oliendo a savia, gozando de la penetrante sensualidad de la jungla que ha quedado en mi memoria para siempre. Construyo un arco y una flecha absorbiendo la sabiduría de los maestros lacandones, que son parte de la inmortalidad de la existencia, de la conquista constante de lo salvaje, de la salvaguarda del espíritu de la tierra. Mis músculos se tensan. Apunto. El objetivo se verifica cuando se cumple.

Es de noche. Voy por el sendero buscando la sabiduría de los búhos que me enseñan con su ejemplo que comenzar el día estirando mi cuerpo y acariciando mi entorno es buena rutina, que tener los ojos bien abiertos me permite observar los detalles que me nutren, que echar lo que no sirve para afuera es vital para la salud, que con paciencia se encuentran las cosas que valen la pena.

Me tumbo sobre la cama impecable, preparada para apapacharme junto con cada uno de los detalles expuestos con ingenio en la deliciosa cabaña que va a ser mi hogar estos días, y a compartir la experiencia de la naturaleza, los mitos y las leyendas que me regala Nahá y decido quedarme otro y otro día para seguir descubriendo que hoy es hoy, que somos parte de todo y que todo está aquí.

La coquetería de la selva me sedujo hasta el olvido, así que no es sorprendente que olvidara la cámara en algún lugar irrelevante y no tengo fotos de esta aventura. Por suerte Ivetamota compartió en Creative Commons la bonita foto que uso como portada  (CC BY-SA).

Mi viaje a Winika, Palenque

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Hoy que es hoy, la frescura de Winika vive en mí…

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Tomo un taxi en el centro de Palenque y recorro un par de kilómetros por la carretera bordeada de selva chiapaneca, hasta llegar a la señal que indica que entremos al monte por un camino de tierra bien cuidado que nos lleva a Winika, un hotelito familiar y armonioso, que la familia Hernández ha bautizado como lugar de convivencia eterna con la naturaleza.

Los enormes árboles que nos cubren apenas deja pasar los rayos del sol para formar abanicos de luz que nos guían hacia las cabañas de madera cuidadosamente dispuestas.

winika alejandra zorrillaLa calurosa bienvenida de los anfitriones me hace sentir querida y vivo con ellos el entusiasmo del sistema de reciclaje de agua de la alberca, que fluye sin cesar hacia los estanques de lirios y plantas acuáticas, que la limpian, sin ensuciarla con químicos que destruyen la vida.

Se me antoja un chapuzón transparente y refrescante, que renueva mi confianza en el futuro.

Winika alejandra zorrillaExploro los corrales de borregos peliguey, codorniz, conejo y patos, y los huertos orgánicos de sandía, pepino, jamaica y tomate proveen viandas que se mezclan con otros ingredientes de la región para crear una cocina que promete ser creativa y deliciosa.

winika palenque chiapas escritora mexicana alejandra zorrillaMe deleito con la botana de malanga y plátano que acompañan la limonada aderezada con hierbabuena, con los ravioles de hongos, con el huachinango dorado, con la ensalada de semillas y un café que despierta mis ganas de seguir y de hospedarme en Winika, que se está convirtiendo en un lugar favorito para los holandeses que visitan Palenque. Me divierte la vida.

Si tienes planes de visitar Palenque y su selva, te recomiendo muchísimo que te hospedes en el pequeño paraíso de los Hernández. Descubre más en su página.

Mi viaje a Amecameca

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Frente a la pequeña parroquia de la Asunción me mezclo con los danzantes que han llegado a festejar la vida en el centro de Amecameca, la salud, la tradición, la esperanza. Pido permiso para llegar y para seguir. Los cuatro vientos se convocan alrededor del fuego. Huele a incienso y a leyenda que transforma los caminos antiguos en caminos nuevos. Cada pie enconchado y enguarachado que zapatea sobre la tierra provoca un eco rítmico que me seduce y me contenta.

La iglesia está llena. Se celebra una misa que agradece la devoción de los jóvenes que comulgan juntos por primera vez. Un grupo de chicos vestidos de moros juegan a encontrarse en la esquina que lleva al mercado. Las rosas compro frutas y verduras que saben a monte. Como tlacoyos y barbacoa de chivo recién preparada por horas y horas en un agujero de tierra que fue construido para darle tersura a las pencas de maguey y sabor a la carne que se deshace de buena. Escucho la música que no se detiene.

Las nubes despejan el cielo y Don Goyo, el gran volcán, surge majestuoso en la distancia; parece que se acerca a saludar al pueblo que vibra sobre sus faldas. Soy parte de ese pueblo que canta y reza, que agradece y reivindica las costumbres de entonces y las ilusiones de ahora ondeando estandartes mestizos que acarician al viento.

He decidido quedarme otro día para encontrar más leyendas que llenen mis recuerdos de magia y mis manos de anhelo y mis oídos de melodías.

En alguna de las mil carpetas de mi compu están las fotos de esta aventura y estoy segura de que pronto voy a encontrarlas, por lo pronto tomo prestada para la portada la foto que Xicoamax ha compartido a través del Creative Commons (CC BY-SA) 

Mi viaje a San Cristóbal de las Casas

Foto Alejandra Zorrilla San Cristobal de las Casas

Hoy que es hoy, el brillo de San Cristóbal vive dentro de mí.

san cristóbal de las casas alejandra zorrillaEl día comienza andando entre las callecitas empedradas de los barrios, desde donde saboreo las casas pintadas de colores y las flores que se asoman por los balcones.

Curioseo entre los bordados, las joyas, las piezas de madera y barro, el parloteo de los altares que aparecen retozando desde los aparadores y los anaqueles de los comercios locales.

alejandra zorrillaLeo la dicha del mundo sentada plácidamente en una banca de hierro forjado, sembrada bajo la sombra de los inmensos árboles que habitan el parque, animada por los niños que sonríen, corretean, miran, cantan, juegan.

Me detengo por allá para sorber el aroma de un café de Chiapas y disfrutar del clima fresco que baja de las montañas.

San cristóbal de las casas alejandra zorrillaMis ganas de ser se incendian con el brillo de la Catedral, que refleja sin prisa el sol de la tarde, que reconoce las procedencias de los indígenas que comparten la plaza comparando los vestuarios que varían de grupo en grupo, que llama a misa a los fieles y que convoca desde siempre las manos de los artistas.

Subo paso tras paso la escalera de piedra que conduce al Templo de San Cristóbal. Admiro la ciudad bajo mis pies y gozo la silueta de la cordillera que contrasta con el cielo.

san cristóbal de las casas alejandra zorrilla

Sueño despierta y me dejo seducir por un restaurante coqueto que convoca mis pasiones. Voy a quedarme otros días para ser de nuevo parte de la incansable ciudad coleta que resplandece orgullosa sobre el fértil valle en que habitaron primero los tzoltziles y los teztzales, y que hoy es un mosaico de culturas de todo el mundo que la han elegido para modelar su hogar o para acompañar su viaje.