Hoy que es hoy, el corazón de San Luis vive dentro de mí…
Me pierdo paseando entre los jardines, los muros de cantera rosa, las mansiones, las iglesias y el recuerdo de los yacimientos de oro y plata, que invitaron a los abuelos a instalarse en San Luis Potosí. La Catedral barroca brilla y me refleja. Entro despacio y me inclino frente al ciprés de mampostería del altar principal. Me deslumbro de nuevo al salir a un día de fiesta.
En la plaza San Francisco la geometría de la arquitectura, las curvas de las montañas sobre el cielo azul y el arrebato del semidesierto me convencen de que aquí el hombre y la especie, el pensamiento y el arte, lo masculino y lo femenino están hechos de lo mismo.
El aroma de la chocolatería Constanzo hace que mis ojos se cierren y se detengan mis pies. Se que mi familia va a estar esperando el festín cuando regrese y hago mi pedido para regresar por él más tarde.
No tardo en llegar al museo nacional de la máscara, donde un México mestizo de todos los mestizajes busca explicarse en los gestos de ángeles y demonios, de santos y guerreros, de criaturas fantásticas, zoomorfas y humanoides. El legado de los pueblos americanos, africanos, asiáticos, australianos y europeos, que se plasmaron en los rostros de madera, de piel, de palma, de metal, de cerámica o de yeso, me recuerdan que tenemos herencias de todas las regiones de la tierra.
El sol se pone sobre mi cabeza y me avisa que es hora de merendar zacahuil en aquel lugarcito de la esquina que amplifica mis ganas de ser. Voy a quedarme otro día para para disfrutar de la vida paseando entre los jardines, los muros de cantera rosa, las mansiones, las iglesias y las máscaras que uso para conservar mi unidad en el camino.